El paradójico desarrollo de la tecnología
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El paradójico desarrollo de la tecnología


Photo: Bork/Shutterstock 

Los Estados están jugando un papel decisivo ya sea oponiéndose, propulsando o dirigiendo la innovación tecnológica. Por eso, en buena medida, la tecnología expresa la capacidad de una sociedad para propulsar el dominio tecnológico mediante las instituciones de la sociedad, incluido el Estado. Es importante recordar que la revolución tecnológica se originó y difundió, intencionalmente, en un período histórico de reestructuración global del capitalismo, y la revolución tecnológica fue una herramienta esencial.

Tomemos, como ejemplo, la carrera armamentista. Ésta se convierte en un incentivo al desarrollo tecnológico en casi todas las áreas del quehacer humano. Después de la Segunda Guerra Mundial se ha producido la mayor producción de armas nucleares junto al desarrollo del mísil balístico intercontinental. A la vez, la guerra fría aceleró en EEUU y en la ex-URSS, la producción de bombas atómicas con capacidad para destruir la humanidad. La carrera espacial no solo ha estado restringida a ser un medio de comunicación sino como posible arma efectiva. SIPRI (Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz) indicaba en 2009 que ocho Estados poseían más de 23000 armas nucleares y alertaba que “Se está prestando cada vez más atención a la manipulación de las fuerzas geofísicas o ambientales con propósitos hostiles.”

Por otra parte, no puede ignorarse que, paradójicamente, muchos de los avances científicos, producidos durante el siglo XX, que han servido para mejorar las condiciones de vida de las personas, fueron desarrollados de la mano de la industria bélica. Se habla del incentivo de la II Guerra Mundial para la investigación científica. Tanto en Alemania como en Inglaterra centros a nivel nacional se hicieron cargo de esta tarea. El uso masivo de la penicilina, la obtención y viabilidad del plasma y el uso de una droga sintética llamada Atrabine relacionada con la malaria, fueron algunas de las muchas cosas que estimularon a los países en guerra a invertir sus recursos y el uso de sus científicos.

Esta es buena parte de la realidad que enmarca el acelerado desarrollo tecnológico experimentado en las últimas décadas, especialmente el relacionado con la tecnología electrónica en el campo de la información y la medicina. Así se puede entender el enorme impulso dado al desarrollo de la tecnología y el enorme presupuesto que, por ejemplo, los Estados Unidos de América, Francia, Gran Bretaña y la ex-URSS, le dedicaron a partir de la Guerra Fría.

Las guerras no se acabaron después de la Segunda Guerra Mundial, por el contrario, porque el mundo ha sido testigo de más de cien conflagraciones a distintos niveles, en muy diversas regiones y por diversos motivos, ya sea en luchas por la independencia, como por conflictos entre países vecinos o causados por directas invasiones de grupo poderosos. SIPRI nos indica que los gastos militares para 2012 entre los principales países fueron: EEUU está a la cabeza con 680.000 millones, que representa el 39% del gasto mundial. El segundo lugar lo ocupa China (166.000 millones), seguido por Rusia (90.700 millones), Reino Unido (60.800 millones) y Japón (59.300 millones). El sexto en la lista es Francia (58.900).

Al mismo tiempo, las grandes empresas están abocadas a la industria armamentista, que abarca la fabricación de armas y equipos militares. Según SIPRI este es uno de los sectores que más ha crecido en los últimos años. Se calcula que, por ejemplo en 2011, las cien mayores empresas de armamento han percibido casi 500 mil millones de dólares, que les ha permitido superar la crisis financiera de 2008.

Herbert I. Schiller, sociólogo y crítico de medios, hablando del caso de los EEUU, que también puede aplicarse a otros países, concluye que:

“En cierta medida la Guerra Fría fue la mejor cosa que le pudo suceder a la investigación. El aprovechamiento del dinero, los talentos y los medios sobreabundaron a todo lo sucedido en años anteriores… por décadas (un ejército) de expertos del gobierno, de la universidad y de la industria abrieron el terreno que dio al Occidente su deslumbrante arista militar… Desde 1955, el gobierno ha gastado más de un billón de dólares en investigación y desarrollo de armas nucleares y otros armamentos.” (Information Inequality)

Esta información busca entender el complejo marco en el cual está asentado el desarrollo tecnológico, y de qué manera su progreso involucra un avance teñido de peligros para el desarrollo y la vida de la humanidad. El entusiasmo que despiertan los avances científicos debe ser leído teniendo en cuenta la necesidad de comprender cómo puede afectar a los pueblos y de qué manera estos avances fortalecen a los países más necesitados y refuerzan su dependencia.

 

Tecnología y política

Aquí hay que rescatar que Langdon Winner, conocido por sus trabajos sobre ciencia, tecnología y sociedad, ha planteado la pregunta sobre si los objetos técnicos tienen cualidades políticas. Winner está tratando de dar el salto de no mirar a la tecnología como un hecho aislado sino sus repercusiones en la sociedad. Por eso entiende que lo importante no es tanto la tecnología en sí misma como el sistema económico y social en el cual la tecnología está inmersa. Al hacerlo no le está restando importancia a los objetos tecnológicos como si no carecieran de importancia. Porque la “tecnología” es una forma de construir orden. A través de sus estructuras tecnológicas, las sociedades determinan, en gran parte, cómo han de trabajar las personas que integran cada sociedad, cómo se han comunicar y viajar, etcétera.

Por su parte, Lewis Mumford, historiador, sociólogo, filósofo de la tecnología creía que en la historia de Occidente existen dos tradiciones respecto de la tecnología, una autoritaria y otra democrática. Según él, la experiencia demuestra que cuanto más una sociedad se basa en un sofisticado sistema tecnológico más tiende a funcionar con un régimen de control altamente jerárquico. Este control, ¿es necesariamente inherente a la tecnología? La respuesta más frecuente es que así “tiene que ser”. No se puede dejar el control de la tecnología en manos inexpertas. Así se argumenta, por ejemplo, en el mundo de la economía. Uno está sujeto a “las leyes del mercado”. Estas “leyes”, que parecen haber caído del cielo, son las que determinan las acciones sin ninguna consideración sobre su incidencia en la vida de la gente.

Siguiendo este razonamiento Landgon Winner nos hace ver qué argumentos se esgrimen para defender una postura pragmática que busca dejar fuera todo tipo de injerencia política o social:

“Es característico de sociedades basadas en grandes sistemas tecnológicos complejos que, las razones morales que no sean de necesidad práctica, son consideradas mayormente obsoletas, “idealistas” e irrelevantes. Cualquier reclamo que uno quisiera hacer en nombre de la libertad, la justicia, o la igualdad puede ser inmediatamente neutralizada si se lo confronta con argumentos como: ‘Bien, pero esa no es la manera para hacer funcionar un ferrocarril’ (o una laminadora de acero, o una aerolínea, o un sistema de comunicación, y así por el estilo)… En muchos casos, decir que algunas tecnologías son intrínsecamente políticas es decir que ciertas muy aceptadas razones de necesidad práctica –especialmente la necesidad de mantener sistemas tecnológicos críticos como entidades trabajando sin problemas- han tendido a eclipsar otras clases de razonamiento moral y político.”

¿Cómo se manifiesta esta realidad en el mundo actual? Las diferencias entre las grandes potencias y los países del Tercer Mundo en el campo de la ciencia y la tecnología son cada vez más amplias. Más del 90 por ciento de las investigaciones científicas se llevan a cabo en un puñado de naciones. La enorme brecha tecnológica se convierte en una poderosa fuente de dependencia. Según Rodrigo Borja: “No en vano el dominio de la tecnología produjo dos revoluciones industriales: la de las grandes máquinas, que se inició en el siglo XIX, y la revolución electrónica de nuestros días. Ambas diseñaron, en épocas distintas, sus respectivos órdenes económicos internacionales.”

Los cambios que estamos experimentando en el mundo actual exceden en mucho los paralelismos que podrían hacerse entre la revolución industrial y la tecnológica. La realidad es mucho más compleja y de dimensiones sin límites. Recordamos una vez más a Piscitelli: “La revolución teórica de la cibernética y la teoría general de los sistemas consistió, antes que en ningún otro subproducto tecnológico, en permitir entrever que el hombre y sus máquinas están en estrecha continuidad y que los mismos principios que ayudan a explicar las funciones del cerebro humano también explican –o al menos buscan hacerlo- las funciones de una máquina pensante.”

¿Cómo es posible que la tecnología, una creación del ser humano, llegue a determinar la vida del ser humano? ¿Hasta dónde la dignidad del ser humano peligra en este diabólico juego donde las reglas están establecidas de antemano y se han tornado inamovibles? ¿De qué manera la comunicación en el mundo moderno puede quedar prisionera de este juego dominado por el determinismo? ¿Quedará la creación y la cultura sujeta a estos propósitos? ¿Qué es necesario hacer para que el desarrollo tecnológico sea una herramienta al servicio del desarrollo de los pueblos? ¿Cómo podrán las mayorías enmudecidas y sumergidas ejercer su derecho a la vida y a la dignidad, a hacer oír su voz y lograr su propio desarrollo?

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