Sobre cómo romper el silencio
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Sobre cómo romper el silencio

María Elena Hermosilla

Son meses y días de calor intolerable para una chilena criada en el frío. Es el “calentamiento global”. En el litoral, los incendios forestales queman Viña del Mar y amplios sectores de Valparaíso; se identifican más de ciento treinta muertos. ¿Cuántos más yacerán entre las cenizas? En ese ambiente lúgubre y ardiente vivo estas vacaciones ya permanentes de la jubilación y del ocaso de mi carrera profesional. Entonces, llega la invitación de la WACC para escribir un corto artículo sobre un tema cuyo nombre que no debo mencionar… pero que ha sido casi obsesivo para mí a través de los años, aún hoy. Es una adivinanza, cuya tentativa de respuesta, de éxito muy relativo (este artículo), quiero compartir.

Todo comenzó en los 60, en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Primer día de clases, el Director, Ramón Cortez Ponce, habló a aquella juventud bisoña, que quería saber en qué se había metido. Y dio una definición de periodismo como la “actividad que pone en relación a la Humanidad Actora con la Humanidad Espectadora”…Me pareció una suerte de división del trabajo entre los que “hacen” la noticia – actúan y participan – y los que “miran a otros hacer”…

Quedé estupefacta, porque el venerable personaje había dirigido un importante diario nacional y tenía estudios en el exterior.

Yo había recibido la educación laica y republicana de los Liceos del Estado, en que la igualdad, la libertad y la justicia eran valores fundamentales de la democracia, sistema en el que pensábamos vivir. Por otra parte, la educación familiar religiosa y los albores del pensamiento crítico en la Iglesia Católica (Vaticano II), nos hablaban de solidaridad, de responsabilidad con los que sufren, con los pobres y excluidos. Con esos valores cursé la universidad y aprendí dentro de sus aulas – y también fuera – todo lo que pude. No quiero aburrirlos/as con el relato de mis experiencias de estudiante, siempre en grupos que buscaban que los llamados a ser “espectadores”, tuvieran como y donde hacer oír su voz.

Pertenezco a una generación de jóvenes, hombres y mujeres, que en la década del 60, entendieron que el país necesitaba cambios estructurales, primero con la “Revolución en Libertad” de Eduardo Frei Montalva, demócrata cristiano, y luego con el Gobierno de izquierda la Unidad Popular (UP), del socialista Salvador Allende Gossens.

Los años de la UP (1970/73) fueron de gran movimiento en pensamiento y acción en el ámbito comunicativo. La gran influencia de Armand y Michelle Mattelart, a través de la investigación y las publicaciones de la U. Católica; de Paulo Freire y Manuel Calvelo, desde el “hacer” educación y comunicación popular. El marxismo de Althuser (los medios como aparatos ideológicos de estado), versus (así lo entendía yo entonces) la pedagogía del oprimido de Freire. “Comunicación o Dominación”, el libro que escribió Freire en Chile, y “Para leer el Pato Donald” (Mattelart y Dorfman). Fue un gran honor que hayan vivido en Chile y producido ideas y libros que han iluminado América Latina y otras regiones del mundo.

Reflexionar, aprender, construir

El golpe de Estado de 1973, – además del dolor, el miedo, los amigos muertos, encarcelados o exiliados, el proyecto de vida personal y colectivo frustrado –, me dejó en claro que, si bien habíamos sucumbido ante fuerzas infinitamente más poderosas, que contaban con enormes recursos financieros, militares, internacionales etc., en el ámbito político, no habíamos logrado convocar a una mayoría de conciencias a favor del proceso que encabezaba el Presidente Allende, especialmente en sectores menos politizados.

En esos tres años, hubo importantísimos esfuerzos comunicativos populares, sobre todo en el campo cultural, con Quimantú, la gran editorial del Estado. Pero justamente en la llamada “lucha ideológica”, la que se daba a través de las grandes radios comerciales, la gran prensa, los canales más vistos en TV, nos habían destrozado. ¿Qué se hace cuando no se tiene el control o el apoyo de los medios? ¿Cuál era la relación entre la comunicación, la cultura política y el poder económico y el poder de las armas? ¿Cómo los “sin voz” podían defender sus intereses en situaciones tan críticas como las que vivimos?

El desafío era reflexionar sobre estos temas, aprender, construir estrategias. Entonces, decidí irme a estudiar fuera de Chile, entendí que la dictadura se prolongaría porque pensaba “dar vuelta”, refundar el país… Lo logró en 17 años, por la fuerza de las armas, una feroz represión política, férrea censura a los medios y la implantación de un modelo socioeconómico neoliberal extremo, que empobreció a grandes mayorías y obligó a cientos de miles a partir al exilio, pero que abrió el país a modos de vida y de pensamiento nunca antes vistos. La mal llamada, “modernización”.

Regresé en 1983, divorciada, con un hijo en edad escolar, con un magister (“mestrado” en portugués) en comunicación por la UFRJ (Brasil) y un largo periodo en Paris, del que aprendí que lo que yo buscaba se encontraba en América Latina. Además de investigación y docencia, había vivido en Brasil la fuerte experiencia de trabajar en comunicación rural, en un Estado donde predomina el minifundio.

Mis grandes experiencias brasileras

– Conocer y entender el sistema Globo de Comunicaciones, la gran apuesta comunicativa y cultural del Estado y empresariado brasileros para la constitución de un gran mercado en el marco de un proyecto de desarrollo nacional a largo plazo (transnacionales, industrialización nacional, agroindustria, inversiones estatales en energía). Mucho más que manipulación de conciencias, era una recolonización de ese país continente, con una gran diversidad cultural, étnica, histórica y social, mediante una única propuesta cultural padronizadora, propia de las megaciudades de Rio y Sao Paulo.

– Haber vivido relativamente cerca, a fines de los 70 e inicios de los 80,de la gran efervescencia social, cultural y económica del Gran Sao Paulo, del ABC paulista y el desarrollo del movimiento popular a partir de las comunidades eclesiales de base y de los sindicatos. La existencia de periódicos populares, de programas de radio, videos educativos, emisoras educativas, etc. Fue allí, en Sao Bernardo do Campo – donde Lula da Silva desarrolló su liderazgo político -, en esa efervescencia, que participé en un multitudinario congreso de la Unión Cristiana Brasilera de Comunicaciones (UCBC) y tuve acceso a un fuertes e importantes debates sobre la teoría y la práctica de la comunicación popular.

– En Brasil aprendí también que la comunicación sobrepasaba en mucho el periodismo, sino que es un tipo de relación entre grupos y personas que viabilizaba las relaciones más diversas. Sin comunicación, no hay relaciones. Ella es la dimensión simbólica de las relaciones sociales. Aprender a comunicar sobrepasa el mero aprendizaje de cómo construir mensajes. No basta con dominar lenguajes mediales. Hay que investigar para entender muchísimas dimensiones si se quiere comprender y sobre todo incidir. Por ejemplo, estudiar los géneros de la TV – la telenovela, los magazines (la entretención) – y su relación con los sueños y aspiraciones de las mujeres, porque la TV entonces, tenía una gran centralidad en toda la Región. Y la ficción televisiva calaba hondo en la identidad de género. También aprendí a valorar la importancia del trabajo interdisciplinario en los estudios de comunicación y el gran aporte que hacen la antropología, la sociología y las ciencias políticas a nuestra tarea.

– Discutiendo la teoría de los aparatos ideológicos de Estado y gracias al texto del argentino Eliseo Verón “Semiosis de la ideología y del poder”, aprendí que hay producción de sentido tanto en el polo de la emisión como en el de la recepción. En esas actividades de semiosis reside la ideología. El poder está en la circulación de los mensajes. Ahí se nos plantea todo un desafío: por fin, me libraba de “Cómo leer en Pato Donald”. Así mismo, aprendí que en las postrimerías del siglo XX, ya no era posible comprender la comunicación social como una “influencia externa”, sino como una “dimensión constitutiva” de todos los fenómenos sociales, económicos, políticos y culturales.

Aires de apertura en Chile

Volví con Chile en dictadura, con Pinochet en el gobierno, la censura en plena vigencia, así como los aparatos de represión. De Parlamento, ni hablar, la propia Junta de Gobierno funcionaba como tal. A pesar de ello, se percibían aires de apertura, como el retorno de los exiliados, movilizaciones populares (organizaciones de DDHH, mujeres) y la búsqueda de acuerdos políticos que permitieran unidad para retornar a la democracia. Comenzaron a circular medios alternativos escritos y funcionaban numerosas ONGs, financiadas por la cooperación extranjera. Existían radios de carácter nacional que tenían noticiarios pluralistas de gran calidad, y que vivían en permanente peligro de ser sacadas del aire.

En 1985 entré a trabajar a CENECA, un centro de investigación independiente (ONG), formado por ex docentes de diversas universidades, que tuvo un importante rol en dictadura: el estudio de las industrias culturales y de las expresiones artísticas como el teatro, la música popular y la literatura. Tan importante como los estudios fueron las intervenciones culturales en el mundo popular: Programa de Teatro Popular, Video en la animación comunitaria, Radios Participativas, Recepción Activa de TV y otras.

En el contexto latinoamericano, había gran preocupación por la “influencia” de los contenidos de los medios de comunicación en la infancia, las familias y las comunidades, especialmente en el mundo religioso. Surgieron numerosos programas, como el Plan DENI, de la Iglesia Católica, de nivel regional; el trabajo de Mario Kaplún en Venezuela y luego en Uruguay; la UCBC en Brasil. Numerosos grupos en Argentina, con diversas metodologías. En Perú, un importante programa en la Universidad de Lima. Grupos en México, en diversos espacios.

En CENECA, Valerio Fuenzalida y otras personas crearon el Programa de Recepción Activa de TV, cuyo fin era formar audiencias activas y críticas frente a las propuestas de sentido de los programas de TV, a partir de la exploración de las percepciones de los destinatarios sobre la TV, sus diversos canales, programas y contenidos. Partíamos de la investigación, y desde allí, diseñábamos actividades educativas donde la gente pudiera descubrir conceptos y sus propias percepciones, temores, aspiraciones, demandas, etc. en torno a los programas de TV. Pretendíamos empoderar a los grupos frente a la oferta televisiva, colaborar a que las personas comprendieran como funcionan y como se financian los medios. Y sobre todo, que descubrieran sus capacidades expresivas. Y aspiraran a cambiar lo que les parecía inadecuado. En resumen, se trataba de ayudar a ciudadanizar a las audiencias.

El Programa constaba de un sistema para investigar la recepción, con técnicas cualitativas; metodología educativa para estimular la expresión de las personas de los grupos; manuales educativos segmentados (alumnos de colegios, mujeres populares, jóvenes rurales, profesores), y un sistema de evaluación de la implementación del programa. Por fin, me encontraba trabajando para contribuir a empoderar a aquellas personas que según el pensamiento tradicional, debían cumplir el rol de “espectadores” pasivos, o así eran considerados.

Me incorporé a un proyecto de exploración de las percepciones de las mujeres pobladoras sobre la TV, sus géneros y sus programas. Financiaba el proyecto una organización llamada WACC (World Association for Christian Communication). Me intrigó y quise conocer más. Fui de a poco participando más y más, CENECA se afilió a la WACC y yo terminé como Presidenta Latinoamericana a fines de los 90. Este trabajo con WACC ha sido un trabajo militante, del que he aprendido el tremendo valor de la comunicación en la formación de comunidades, la participación social, el respeto a las personas y a sus identidades culturales, su ecumenismo, y la solidaridad con los grupos marginados y oprimidos para que puedan hacer oír su voz.

Así comenzó una historia que duró décadas y que marcó profundamente mi opción de trabajar con grupos de mujeres, las temáticas de género y la comunicación, así como en promover políticas democráticas de comunicación, que consideren la incorporación justamente de esos sectores excluidos de los medios tradicionales para que logren presencia en el espacio público.

En esos años, en un contexto aún autoritario y hostil, y en la más completa clandestinidad, se desarrollaron seminarios con la participación del Colegio de Periodistas, ONGs de comunicación, sindicatos, estudiantes de periodismo e investigadores, para elaborar una Política Nacional de Comunicaciones para la Democracia, que pretendíamos implementar una vez derrotada la dictadura. Esta propuesta era notablemente más avanzada que la de la antigua democracia chilena anterior al Golpe de 1973, cuando el sistema comunicacional funcionaba como parte del mercado y la libertad de expresión consistía en la libre empresa de medios.

La propuesta se basaba en el derecho a la libertad de expresión y opinión de la Carta de Derechos Humanos de la ONU, perfeccionada con aportes del Nuevo Orden Mundial de Información (NOMIC). Sus principios básicos eran 1) La comunicación es un servicio a la ciudadanía, no una mercancía. 2) El modelo comunicacional democrático requiere de un tipo de sociedad democrática en los planos político, social, económico y cultural. 3) Las personas deben internalizar y llevar a la práctica el Derecho a la Comunicación. Como tal, se entendía en la democratización del poder de emisión: pluralismo en el sistema de medios y dentro de cada medio.

Pero ya en el primer Gobierno democrático post dictadura, del Presidente Patricio Aylwin, esta propuesta no fue considerada. La dictación de la Ley 19.733 sobre Libertad de Información y Opinión y Ejercicio del Periodismo, la llamada Ley de Prensa, dejó al sistema de medios al arbitrio del mercado, lo cual ha contribuido a acentuar cada vez más la concentración de la propiedad de los medios en nuestro país.

Otra Ley resguardó el carácter público de la cadena estatal TV Nacional de Chile, pero con la obligación de autofinanciarse a través de publicidad comercial, compitiendo con el resto de los canales privados por el rating y la torta publicitaria. Se dictó, además, la Ley del Consejo Nacional de TV, encargado de otorgar las concesiones de TV y el supervisar el correcto funcionamiento del sistema televisivo.

El derecho a la comunicación

Comenzaba a circular en Chile un nuevo concepto, el Derecho a la Comunicación, o Derechos a la Información y Comunicación, cuya procedencia era el frustrado Nuevo Orden Informativo Internacional (NOMIC), de la UNESCO, y su audaz propuesta de establecer en cada país políticas públicas democráticas de comunicación.

Otros países y otras prácticas surgieron en los años 90 que aludían o aportaban a este concepto de “derecho a la comunicación”. Señalo dos que me parecen de gran importancia. Convocadas por WACC, en enero de 1998, nos reunimos en Lima, Perú, 38 mujeres provenientes de 12 países de la Región, en un Seminario sobre “Género, Comunicación y Ciudadanía en A. Latina, Retos y Perspectivas al 2.000”.

En la Declaración final del encuentro, las comunicadoras señalamos que “las mujeres constituimos más del 50% de la población de la Región, hacemos aportes al desarrollo económico, social y político de nuestros países, y sin embargo, este aporte no se refleja en nuestra presencia en los centros de poder, donde se toman las decisiones que nos afectan a todos y a todas”.

Más adelante, se dice que relevamos la importancia de incorporar y hacer realidad el Derecho a la Comunicación de las mujeres, para construir procesos ciudadanos y profundizar la democracia. Y se señala en qué consiste este derecho:

  • Libertad de expresión y libre circulación de las ideas.
  • El Derecho al acceso a la información y a ser debidamente informadas.
  • Derecho al acceso a los medios de comunicación como fuente de información, como voceras de nuestras identidades y como sujetas activas de la construcción ciudadana y democrática.
  • El Derecho a tener nuestros propios canales y producir mensajes comunicacionales.
  • El Derecho a contar con marcos jurídicos, condiciones económicas y tecnológicas para nuestro desarrollo en este campo.
  • El Derecho a participar en niveles de decisión, en organizaciones e instancias de comunicación, públicas y privadas.

A comienzos del Siglo XXI, a nivel global se impulsó la Campaña CRIS (por su sigla en inglés: Communication Rights in the Information Society), apoyada por WACC, para incidir en la Cumbre de Ginebra sobre la Sociedad de la Información, convocada por Naciones Unidas bajo la Organización de la UIT, organismo que contaba entonces con 189 estados miembros y un Consejo Consultivo que reunía ¡660 empresas privadas!

Las ONGs representantes de la sociedad civil en la Cumbre debieron organizar su foro aparte, el cual tuvo por objetivo demostrar y documentar la importancia del Derecho a la Comunicación para la gente, contribuir al nacimiento y comprensión del Derecho a la Comunicación, promoviendo el concepto, su reconocimiento y su realización.

Que la comunicación sea un Derecho, tiene una tremenda importancia jurídica. Si está consagrado en la Constitución y en las leyes, los y las ciudadanas podemos apelar a su exigibilidad, siendo el Estado el garante de su cumplimiento. En otras palabras, las mujeres empoderadas y conscientes de nuestro valor que nos reunimos en Lima en 1998 – si dicho Derecho estuviera sido consagrado en el Perú o en América Latina toda- podríamos haber exigido que se nos escuchase sobre un tema determinado, para lo cual requerimos de medios para hacernos oír. El Estado, como garante, debería buscar el modo de proporcionarlos.

De ahí la trascendencia de avanzar en la discusión, la promoción y la consecución del Derecho a la Comunicación, para que las personas, las comunidades, las etnias, las minorías, las identidades de género, los distintos grupos etáreos e incluso las grandes mayorías, puedan hacerse oír en el espacio público, mostrar sus especificidades, exponer sus opiniones, aprobar o rechazar las decisiones que afectan a su vida. Decir “NOSOTROS Y NOSOTRAS EXISTIMOS”, somos indígenas, somos ancianas, somos madres adolescentes, tenemos problemas. Es un derecho humano. Es un desafío pendiente en casi todo el mundo.

A inicios de este siglo, se forjaron muchas esperanzas con el advenimiento de la Sociedad de la Información, a mi juicio, demasiadas. Millones tienen acceso e intercambian mensajes diariamente. Trabajan online. Pero no tienen el control de nada, ni del algoritmo, ni del software, ni del hardware, de las redes, de nada… Ni del contenido de una carta de amor, que hoy puede ser creado igual o mejor por la IA. Frente a estos nuevos fenómenos, hay nuevos especialistas que aplican nuevos enfoques, que a su vez, intercambian en nuevos debates…Quiero tener fe en sus logros.

Y así estoy terminando mi “vida útil”, entendiendo como tal mi capacidad de actuar para intentar “cambiar el mundo”. He aprendido mucho y la realidad ha mudado drásticamente. Hoy, en Argentina, que logró una Ley de Medios democrática con una serie de características positivas que facilitan la expresión de la ciudadanía, mis queridas amigas y colegas periodistas se movilizan para impedir que el nuevo Presidente, el “libertario” Javier Milei, privatice los medios públicos que tanto esfuerzo costó construir. Y que no destruya la Defensoría de las Audiencias, verdadero modelo para otros países de la Región.

Sabemos hoy en día que la comunicación es una dimensión constitutiva de todos los procesos sociales, culturales, económicos. No un torrente exterior – una “influencia” – de agua sucia que mana de los aparatos ideológicos – llámense medios, iglesias, escuelas, familia, partidos políticos – y contamina las conciencias de las grandes masas inertes y de cerebro vacío, llenándolas de ideología. En sociedades complejas, esa misma complejidad nos hace desarrollar capacidad de criticar y formar nuestras propias opiniones, pero ¡ojo!, hay mucha gente a la que esto no le gusta.

También sabemos que para que exista comunicación democrática, ésta debe darse en una democracia plena. Y viceversa. Una no puede existir sin la otra, se necesitan mutuamente para vivir, como las plantas al aire, al sol y al agua.

Como creo que los/las que no tenemos el poder del dinero ni el poder de las armas, el único poder que tenemos es nuestra participación social y política. Estoy convencida que en este campo de la democracia y las comunicaciones, hay muchas batallas aún que dar. Una de ellas es que se reconozca el derecho a la comunicación, como algo natural, así como se debe reconocer el derecho a la vivienda, al aire limpio y al trabajo decente. Es necesario entender que los esfuerzos por la existencia del derecho a la comunicación, son esfuerzos por la democratización de nuestras sociedades.

Bibliografía

Baltra Montaner, Lidia. Documento Derechos de Comunicación en Chile y en el Mundo, Santiago de Chile, 2004, Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana, Región de América Latina (WACC-AL).

Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC). Asociacion de Comunicadores Sociales Calandria. Documento Declaración de las Mujeres en Lima. Lima, Perú, 31 de enero, 1998.

Hermosilla Pacheco, Maria Elena. Comunicación y Constitución: una agenda de trabajo. Santiago, Chile. Ponencia presentada el viernes 5 de junio de 2015 en coloquio realizado en la Fundación Ebert.

Maria Elena Hermosilla P. Madre y abuela. Periodista formada en la Universidad de Chile. Magister en Comunicación por la Universidad Federal de Rio de Janeiro, Brasil. Miembro del Consejo Nacional de Televisión (CNTV) como Consejera, propuesta por el Pdte. de la República y aprobada por el Senado, entre 2009 y 2019. Ex Presidenta Regional de WACC-AL. En dos oportunidades, Jefa de Comunicaciones del Servicio Nacional de la Mujer (Gobierno de Chile).

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