Dominio o seducción
21012
post-template-default,single,single-post,postid-21012,single-format-standard,bridge-core-3.3.1,qodef-qi--no-touch,qi-addons-for-elementor-1.8.2,qode-page-transition-enabled,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,qode-smooth-scroll-enabled,qode-child-theme-ver-1.0.0,qode-theme-ver-30.8.3,qode-theme-bridge,qode_header_in_grid,qode-wpml-enabled,wpb-js-composer js-comp-ver-8.0.1,vc_responsive,elementor-default,elementor-kit-41156

Dominio o seducción


La literatura de todos los tiempos nos ha  provisto valiosas lecciones para comprender la realidad del mundo en que vivimos. Será conveniente seguir  reconociendo que, muchas veces, la ficción es una muy adecuada manera de representar la realidad brindando luces para descubrir los ocultos caminos de las ambiciones humanas, su solidaridad y su  miseria y cómo se genera esa comunicación en nuestra  sociedad.

Hay dos obras clásicas producidas en la primera mitad del 1900 que, desde distintas miradas, pintan un mundo sometido al dominio de fuerzas que deciden cómo ha de desarrollarse  la vida y la relación entre los seres humanos. Mucho se ha hablado y discutido sobre la veracidad de sus puntos de vista pero la riqueza de su aporte sigue siendo valiosa para entender nuestro mundo actual.

Puede ocurrir algo parecido

Comenzamos con el aporte de George Orwell (1903-1950). Había nacido en la India pero se educa en Inglaterra donde las carencias económicas le impiden concluir sus estudios. Por ello se une a La Policía Imperial de la India en Birmania (actualmente llamada Myanmar) a los 22 años y al poco tiempo vuelve a Inglaterra. Su conciencia política va desarrollándose, con sus críticas al imperialismo, fascismo y comunismo. En 1937 se une a la milicia contra el General Franco en la guerra civil española. Esa experiencia termina con un Orwell debilitado y enfermo de tuberculosis,  la que fue minando sus fuerzas hasta su muerte. A pesar de lo cual siguió escribiendo obras que han tenido amplia repercusión como  “Rebelión en la granja” y 1984 que se publica en 1949.  Ambas fuertes críticas políticas que se resumen en esta frase que se le atribuye: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario». 1984 fue muy bien recibida y se hicieron varias películas con variado acercamiento a sus contenidos.

Una de las presunciones centrales de 1984  es que la coerción es el modo más eficaz para dominar a la sociedad. Por eso, asistimos a la violencia y a la represión, porque la imaginación ha quedado bajo el control de la organización. El personaje del Gran Hermano resume la autoridad política, que centraliza el poder del Partido, único y todopoderoso, que domina y vigila la vida de la gente. Sería posible entender que, en realidad, este Gran Hermano no sea un ser real sino un artificio cuyo objetivo es reforzar  el lema del Partido: “Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza”. Es una manera de establecer la total despolitización de la gente y la sumisión a un orden que decide por ella.

La posible concreción de esta estructura social delinea una realidad posible, Orwell la ve manifestarse parcialmente cuando en una carta a un líder sindicalista estadounidense le dice que “No creo que el género de sociedad que describo vaya a suceder forzosamente, pero lo que sí creo (si se tiene en cuenta que el libro es una sátira) es que puede ocurrir algo parecido. También creo que las ideas totalitarias han echado raíces en los cerebros de los intelectuales en todas partes del mundo y he intentado llevar estas ideas hasta sus lógicas consecuencias.”

Quizás la síntesis de la tesis central de 1984 sea la expresada  en un momento por un carcelero: “El partido busca el poder por el poder, totalmente. No nos interesa el bien de los otros; solamente nos interesa el poder… Nosotros sabemos muy bien que nadie se apodera del poder con intención de entregarlo después, de abandonarlo más tarde. El poder no es un medio, sino un fin…  El objeto de la represión es la represión. El objeto de la tortura es la tortura. El objeto del poder es el poder.”

Puede ser que la imaginación de Orwell plantee utopías de dominación que nunca podrán darse. Aunque él no imaginaba que su novela  proponía delinear el futuro de un mundo posible, hay gruesos trazos de realidad en el presente que llegan a mostrar que sus temores tenían fuertes visos de veracidad. Hasta qué punto el poder que se pueda ejercer en el mundo alcanzará la magnitud que refleja 1984 será siempre un interrogante sobre el que se debe alertar. 

Quise cambiar el mundo

Una diferente visión, pero con un fuerte acento sobre la dominación del poder, es la que presenta Aldous Huxley (1894-l963) en su obra “Un mundo feliz”. Huxley era miembro de una destacada familia de intelectuales. Siendo muy joven sufre una enfermedad que afecta severamente su visión. Deja sus sueños de estudiar medicina y se gradúa en literatura. En sus muchos ensayos y novelas se señalan críticas a las convenciones y normas sociales. Asimismo, destaca su interés por relacionar sus trabajos con el misticismo y la parapsicología que plasmó en otros libros. Su conocimiento es muy variado, pero como él reconoció: “Quise cambiar el mundo, pero he encontrado que solo se puede estar seguro de cambiarse uno mismo.”

En su primera novela, “Los escándalos de Crome” (1921), se dedica a producir una crítica a los intelectuales esnobs de su época, con largos párrafos que describen discusiones literarias y filosóficas que Huxley satiriza. Crítica que extenderá, posteriormente, a la burguesía británica, con frases con cierto acento sarcástico “Un intelectual es una persona que ha descubierto algo más interesante que el sexo.”

En 1932 escribe, en pocos meses, “Un mundo feliz” (Brave New World) obra que lo haría famoso. El título lo toma de una frase de La Tempestad de William Shakespeare “¡Cuán bella es la humanidad! Oh mundo feliz” (“How beauteous mankind is! O brave new world”)

Se trata de la descripción de un mundo que no está dominado por un “gran hermano”, sino la sociedad está regida por el control de la psiquis de las personas que siguen sosteniendo un sistema rígido de castas. Hay una aceptación de la situación imperante que se va alimentando para reforzar la situación y evitar cualquier tipo de cuestionamiento.

Llama la atención que Huxley, proveniente de una cultura clasista muy marcada y determinante, haya puesto el acento en que esa estructura va a resultar inconmovible y será reforzada en ese mundo feliz.

En esa visión va a dejar ver que “La reales víctimas de enfermedad mental se van a encontrar entre aquellos que parecen los más normales. Muchos de ellos son normales porque se han ajustado tan bien a nuestro modo de existencia, porque su voz humana ha sido silenciada tan tempranamente en sus vidas, que ni siquiera luchan o sufren o desarrollan síntomas como lo hacen los neuróticos. Ellos son normales solo en relación a una sociedad profundamente anormal.”

En la novela de Orwell asistimos a la violencia y a la represión, porque la imaginación no ha quedado bajo el control de la organización, por eso es necesario evitarla y aniquilarla. En la novela de Huxley, por el contrario,  como lo acentúa Rubem Alves: “El ser humano se ha convertido en un ser enteramente realista. Su mente es ahora incapaz de ir más allá de los límites de la realidad dominante. Su razón es una réplica de las operaciones programadas por la organización.”

 Un buen  ejemplo del camino que han  encontrado para acentuar la dominación por la seducción es aquel cuando deciden que: “El amor a la naturaleza no mantiene ocupadas a las fábricas. De modo que se decidió abolir el amor a la naturaleza… pero no la tendencia a usar los transportes. Porque, por supuesto, resultaba esencial que siguieran yendo a las zonas rurales, aunque ellos odiaran el campo. El problema consistía en encontrar una razón más convincente para utilizar los transportes, que no la del mero efecto por las flores y el paisaje. Esa razón fue cumplidamente hallada. Condicionamos a las masas a odiar el campo… pero simultáneamente las condicionamos a amar los deportes campestres. Al mismo tiempo, nos preocupamos de que todos estos deportes campestres exijan el uso de mecanismos complejos y elaborados. De modo que los aficionados compren artículos manufacturados tanto como transportes.”

El novelista y ensayista Michel Houllebecq, en su obra “Las partículas elementales” dedica un capítulo entero a los hermanos Julian y Aldous  Huxley, donde ambos debaten especialmente, la línea de su trabajo literario. El que se ha dado en llamar distopia, o a veces literatura apocalíptica, una ficción especulativa propia de las novelas de ciencia ficción. Para Houllebecq:

“Aldous Huxley era un optimista, como su hermano… La mutación metafísica que originó el materialismo y la ciencia moderna tuvo dos grandes consecuencias: el racionalismo y el individualismo. El error de Huxley fue evaluar mal la relación de fuerzas entre ambas. Más concretamente, su error fue subestimar el aumento del individualismo producido por la conciencia creciente de la muerte. Del individualismo surgen la libertad, el sentimiento del yo, la necesidad de distinguirse y superar a los demás.”

 Esta larga y necesaria cita de Houllebecq ilustra con claridad la visión que trasmite “Un mundo feliz”, sobre la que no es necesario añadir más comentarios, recordando lo que afirmaba Huxley: “Los hechos no cesan de existir porque sean ignorados.”

“La mutación metafísica operada por la ciencia moderna conlleva la individualización, la vanidad, el odio y el deseo. En sí, el deseo, al contrario que el placer, es fuente de sufrimiento, odio e infelicidad. Esto lo sabían y enseñaban todos los filósofos: no sólo los budistas o los cristianos, sino todos los filósofos dignos de tal nombre. La solución de los utopistas, de Platón a Huxley pasando por Fourier, consiste en extinguir el deseo y el sufrimiento que provoca preconizando su inmediata satisfacción. En el extremo opuesto, la sociedad erótico–publicitaria en la que vivimos se empeña en organizar el deseo, en aumentar el deseo en proporciones inauditas, mientras mantiene la satisfacción en el ámbito de lo privado. Para que la sociedad funcione, para que continúe la competencia, el deseo tiene que crecer, extenderse y devorar la vida de los hombres.” 

¿l984, un mundo feliz, o ninguno de los dos?

 Se puede preguntar por qué recurrir a dos escritores británicos para hablar sobre el mundo actual. Lo cierto es que, desde diferentes ángulos, ambos han sabido compartir su visión y sus temores, y contienen ciertas pistas que no se pueden desechar al tratar de comprender este tiempo de la comunicación mundial. 

En años recientes, la expectativa de los enormes beneficios que habrían de sobrevenir a una salvaje privatización de las riquezas nacionales, deslumbraron, por supuesto, al segmento de la población más pudiente y a los que ascendían vertiginosamente en la escala social. Gobiernos corruptos acompañados por empresas nacionales y trasnacionales corruptas fueron sostenidos por medios que se esmeraron en hablar de las maravillas de un ficticio mundo feliz que, en poco tiempo, se desmoronó estrepitosamente, y se niega a reconocer la falacia de sus presupuestos. La gran tentación es  dejarse llevar por la seducción de este reiterado canto de sirenas y convencerse de que hay un peligro latente que pretende llevar, indefectiblemente, al mundo de l984. El ave Fénix sabe como revivir de sus cenizas. 

Los monstruos que hoy condenamos son también  espejo de una realidad que no puede seguir repitiéndose. ¿Estamos a tiempo para enfrentar una realidad que reclama una firme determinación en el que las poderosas armas de los medios podrían jugar un papel integrador de la comunidad toda abriendo espacios a una comunicación mundial que ponga su esfuerzo en el desarrollo de una humanidad solidaria, que denuncie la discriminación y la opresión y deje que los acallados sean oídos? 

 

No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.