El Caribe y sus itinerantes límites
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El Caribe y sus itinerantes límites

Many of us in the Caribbean
still hold the ideal of the archipielago.
– Derek Walcott 


Imna Arroyo 

Pensar en el Caribe es pensar en la migración. Ese complejo y diverso tejido cultural, social, político, histórico, geográfico y económico que nos empeñamos en llamar Caribe, no se puede definir sin la migración. Esta afirmación fue hecha una y otra vez en el reciente encuentro de comunicadores caribeños, celebrado en Puerto Rico a principios de enero. Activistas de la comunicación—representando a Surinam, Haití, Cuba, Barbados, Bahamas, San Vicente y las Granadinas, Jamaica, Guyana, República Dominicana, Bahamas y Puerto Rico—narraron las formas en que sus países son formas de pensar, comunicar y actuar permeadas por la migración.

Al terminar el encuentro, fue difícil no concluir que una manera prolífica de pensarnos como región, como Caribe, es como diáspora incesante: una corriente construida de múltiples otras diásporas iniciadas con el tránsito de pueblos originarios hace alrededor de cuatro mil años, pasando por la importación forzada de millones de africanos hace 400 años, incluyendo la migración durante la época colonial de sectores que huían desde o hacia espacios de esclavitud o servidumbre obligada, incluyendo los desplazamientos de decenas de miles de obreros agrícolas hacia los puntos de desarrollo capitalista—centrales de azúcar, construcción de ferrocarriles y megaproyectos como el canal de Panamá—en las primeras décadas del siglo XX, hasta la “exportación” de profesionales, criadas (parte de la feminización de la diáspora) para niños y ancianos, y mano de obra barata que caracteriza la diáspora caribeña actual.

Las definiciones de los bordes del Caribe—bien sea pensado como Caribe insular, Gran Caribe, o el Caribe y sus diásporas—frente a los imperios antiguos (coloniales) y modernos (coloniales y neocoloniales) es tema bastante discutido. Menos común es cómo cada rincón—cada país, estado de ultramar o colonia—del Caribe piensa, comunica y actúa frente a lo que entiende es la región. Aún menos abordadas son las formas de articular el pensar y actuar de las relaciones inter caribeñas con el pensar y actuar del Caribe como región frente a los imperios antiguos y modernos. Posiblemente, el contexto más fructífero para explorar los últimos dos temas es a través de la migración inter caribeña.

Y la migración al interior de la región fue precisamente el enfoque del reciente encuentro, auspiciado por la región del Caribe de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC por sus siglas en inglés), organización con base en Toronto, Canadá, dedicada a promover el derecho a la comunicación como fundamento de los derechos humanos y que, por ende, auspicia la democratización de la comunicación, enfatizando el empoderamiento comunicativo de sectores marginados, los pobres y de la mujer. Los y las participantes del encuentro abordaron las migraciones inter caribeñas actuales, y cómo estas son espacios desde los cuales se potencia o amaina la comunicación de una cultura regional, la construcción de significados pancaribeñistas.

El “otro” caribeño en el Caribe

Debido a la perdurable herencia de las estructuras, discursos, narraciones y violencia coloniales, lo que prevalece en las diferentes partes de la región es el menosprecio hacia los/as inmigrantes de otros países del Caribe.

Aún dentro de un país, las poblaciones “menos curtidas de blanco europeo” son objeto de discrimen. Este es el caso de los descendientes de pueblos originarios y los Maroon—descendientes de esclavos cimarrones que se internaron en la selva amazónica durante los siglos de esclavitud de africanos—en lo que hoy es Surinam. Sectores hegemónicos de la sociedad surinamesa marginan a estas dos poblaciones e impiden su participación plena en la vida política y económica del país, mientras el gobierno los priva de servicios básicos de salud y educación. La organización Cultural Survival indica que para principios del siglo XXI, la vida de los Maroons era caracterizada por pobreza y malnutrición desmedidas, altos niveles de prostitución y la epidemia del SIDA.

Vista desde la perspectiva de Barbados, la migración inter caribeña ofrece manifestaciones tanto de desprecio de ese “otro” caribeño como de los vaivenes de las economías del Caribe ante los flujos de capital controlados desde las metrópolis del norte. Desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, millares de barbadenses emigraron a Guyana en busca de empleos. La relativa ventaja de salarios de los obreros de caña y la disponibilidad de tierras baldías en Guyana provocaban la migración de obreros barbadenses, ya que la sobrepoblación de su isla permitía una mayor explotación de la mano de obra en las centrales de azúcar de la isla. Sin embargo, en el último cuarto del siglo XX, los sectores dirigentes de Barbados accedieron a políticas económicas promovidas desde las metrópolis, lo cual les permitió lograr cierto éxito de bienestar material para gran parte de la población isleña. Este éxito, junto con la descalificación de otros países caribeños como espacios para inversión de capital desde las metrópolis, estimuló una considerable migración de guyaneses y santalucenses a Barbados.

Con la ruptura de la burbuja del éxito económico en Barbados a fines del siglo pasado, la xenofobia contra los inmigrantes caribeños se acrecentó con enfoque particular en guyaneses (y “Guyanese-Bajans”, descendientes de guyaneses y barbadenses), el grupo más grande de “extranjeros” en Barbados. “Hay tantos de ellos aquí que pronto comenzaremos a hablar como ellos”, dijo un barbadense a un reportero de la BBC.

Esta y similares afirmaciones xenofóbicas se han oído aquí en Puerto Rico con relación a inmigrantes dominicanos, en Trinidad con relación a inmigrantes granadinos, en San Martín con relación a inmigrantes dominiqueses (de Dominica), y en las Islas Vírgenes estadounidenses con relación a inmigrantes del Caribe oriental. Y en pocos análisis de esta auto discriminación caribeña se menciona el movimiento de capital—el fin de lucro de las corporaciones transnacionales— como factor clave en la creación de condiciones económicas y políticas que impulsan a millones de personas a migrar de sus países de origen. Con sus propias particularidades, el discrimen que enfrentan inmigrantes caribeños en otros países del Caribe no deja de tener una correspondencia especular y perturbadora con la marginación que viven los millones de caribeños que han emigrado a América del Norte y Europa desde la mitad del siglo pasado.

El Caribe repudia a su Haití

En ese mar de migración que define al Caribe contemporáneo, los y las migrantes haitianos a otras partes del Caribe han sido objeto del mayor rechazo. Por el trabajo de organizaciones como Comité Pro Niñez Dominico-Haitiana, y proyectos de intercambio entre colegas de la Universidad de Puerto Rico con sus homólogos en República Dominicana y Haití, en Puerto Rico conocemos los pormenores del espantoso discrimen que viven los casi medio millón de haitianos y los doscientos mil haitianos-dominicanos que residen en la República Dominicana. En el más reciente capítulo de la historia anti-haitiana en República Dominicana, el Tribunal Constitucional privó de nacionalidad legal a los doscientos mil haitianos-dominicanos residentes en el país. Otros capítulos de esta detestable historia incluyen la masacre de miles de campesinos haitianos en la frontera en 1937, la explotación inhumana de obreros haitianos en las centrales de azúcar, la intermitente expulsión de centenares de haitianos y haitianos-dominicanos, y la criminalización y estigmatización del haitiano/a en la sociedad dominicana. Para Haroldo Dilla Alfonso, sociólogo cubano radicado en República Dominicana, ambos gobiernos—el haitiano y el dominicano—se benefician de la precariedad de los/as migrantes. Para el gobierno y sectores poderosos en Haití, la emigración les exime de la provisión de servicios básicos a millares de seres; para el gobierno dominicano y sectores de poder económico-político en República Dominicana, la precariedad legal de los/as migrantes les facilita su explotación económica.

Una historia similar de estigmatización y explotación de migrantes haitianos se da en Bahamas, país en que inmigrantes haitianos representan entre 10 (según el censo del 2012) a 20 por ciento (según otras fuentes) de la población. Según Haroldo Dilla Alfonso, el anti-haitianismo se ha convertido en parte del discurso nacionalista bahameño, una tendencia ideológica promovida por el gobierno y los sectores privilegiados a través de los medios de comunicación. Así las cosas, Dilla Alfonso concluye, “no es de asombrar que Bahamas sea uno de los lugares que con más sistematicidad y dureza practica las deportaciones.” En las Islas Turcas y Caicos, y Guadalupe, las otras dos “esquinas” caribeñas donde se han radicado poblaciones significativas de migrante haitianos, el desprecio y marginación también son pilares de la relación entre ellos/as y las estructuras culturales, políticas y económicas que rigen estas islas.

La precaria construcción de significados pancaribeñistas

A fines del siglo pasado, los estados caribeños agrupados en CARICOM (Comunidad Caribeña, entidad que agrupa alrededor de 20 países caribeños, las antiguas colonias inglesas, más Surinam y Haití) acordaron apoyar el principio de la libre migración entre los miembros de la agrupación: “Los estados miembros se comprometen a lograr la meta de la libre circulación de sus ciudadanos dentro de la comunidad”. Sin embargo, en la práctica la migración libre se ha limitado a personas con grado universitario, algo que no ha logrado ni el 15% de la población de los estados miembros de CARICOM. No obstante, el principio de libre circulación de gente es invocado con frecuencia en la región.

Dadas las restricciones político-económicas establecidas por las metrópolis y las perspectivas ideológicas que definen el margen de acción de los gobiernos y los sectores pudientes del Caribe, el grueso de esfuerzos por construir nuevos significados sobre las fronteras del Caribe lo realizan los propios migrantes. El flujo de cruce de fronteras inter caribeñas y las de las metrópolis, las deportaciones y retornos voluntarios de poblaciones que han vivido varios años en otro país, al igual que la comunicación continua entre “los que están allá” y los que se quedan, debilitan nociones y prácticas tradicionales de identidad, al mismo tiempo que favorecen la construcción de nuevos significados identatarios, de nuevas tradiciones transnacionales. Así, sigue expandiéndose y profundizándose el sincretismo de tradiciones con las cuales se han construido los significados de las culturas caribeñas.

La sociedad civil caribeña es la otra fuente de nuevos significados— formas solidarias de pensar y actuar—en torno al Caribe, las definiciones de otros países caribeños, y la relación del Caribe con antiguos y actuales imperios. Tanto en República Dominicana como en Bahamas, coaliciones de organizaciones trabajan con tenacidad por el desarrollo de significados solidarios en torno a los derechos de inmigrantes haitianos. En Puerto Rico, contamos, entre otros, con el Comité Pro Niñez Dominico-Haitiana, Comité Dominicano de los Derechos Humanos, Centro de la Mujer Dominicana, Comuna Caribe, Movimiento Solidaridad Humana y el Movimiento Unidad Obrera Dominicana.

Muchos estudiosos señalan que en el Caribe el estado-nación siempre ha estado en obsolescencia, ya que la región fue globalizada desde la invasión de los europeos a finales del siglo XV. La migración caribeña avala esta afirmación sobre la insensatez de las fronteras nacionales en el Caribe. La pregunta entonces es, ¿seremos capaces de construir una mayor cohesión regional en el Caribe?

Por Maximiliano Dueñas-Guzmán. Publicado en 80grados.net 13 de febrero de 2015.


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