Poder político, tecnología y medios de comunicación
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Poder político, tecnología y medios de comunicación

 

La actual crisis mundial que está afectando a millones de personas, muestra una fuerte erosión del sistema político, social y económico imperante, que como el ave Fénix está procurando renacer de sus propias cenizas. Una de las claves para entender el gigantesco avance del capitalismo global es comprender el papel que han jugado y siguen jugando las nuevas tecnologías como herramientas esenciales para su desarrollo. La revolución tecnológica se originó y difundió en un período histórico de reestructuración global del capitalismo. El incesante y creciente desarrollo de las nuevas tecnologías se ha ido introduciendo en nuestra infraestructura social de la mano de grandes corporaciones internacionales.

Basta recordar que la internacionalización del comercio, la concentración de empresas y capitales que se ha acelerado a partir de la década de 1980, ha contado con el indispensable aporte del desarrollo de los sistemas de transporte y de las tecnologías de comunicación. La concentración de los mercados tiene su fuerte correlato en la concentración de la propiedad de los medios en el ámbito global.

En la actualidad se pueden mencionar no más de diez enormes conglomerados propietarios de los medios, producto de la fusión de varias empresas por cifras multimillonarias. De manera que el mercado internacional de películas, programas de televisión, música, libros, videos, DVD, etc., está dominado en un 90 por ciento por estas compañías.

Se ha argumentado si los objetos técnicos tienen cualidades políticas. Porque pareciera ser que lo importante no es tanto la tecnología en sí misma como el sistema económico y social en el cual la tecnología está inmersa. Los objetos tecnológicos no carecen de importancia porque la tecnología llega a ser una forma de construir orden. Es así que, por medio de sus estructuras tecnológicas, las sociedades determinan, en gran parte, cómo han de trabajar las personas que integran cada sociedad, cómo se han comunicar y viajar, etcétera.

Lewis Mumford creía que en la historia de Occidente existen dos tradiciones respecto de la tecnología, una autoritaria y otra democrática. La experiencia demuestra que cuanto más una sociedad se basa en un sofisticado sistema tecnológico más tiende a funcionar con un sistema de control altamente jerárquico. Este control, ¿es necesariamente inherente a la tecnología? La respuesta más frecuente es que así “tiene que ser” porque no se puede dejar el control de la tecnología en manos inexpertas. De esta manera se argumenta, por ejemplo, en el mundo de la economía. Uno está sujeto a “las leyes del mercado”. Estas “leyes”, que parecen haber caído del cielo, son las que determinan las acciones sin ninguna consideración sobre su incidencia en la vida de la gente.

Pero lo cierto es que la economía misma no es una ciencia natural y los grandes cambios tecnológicos no tienen su origen y desarrollo en una esfera neutral, porque los basamentos de la sociedad provienen de decisiones políticas. Por eso Landgon Winner concluye que:

“Es característico de sociedades basadas en grandes sistemas tecnológicos complejos que las razones morales que no sean de necesidad práctica son consideradas mayormente obsoletas, “idealistas” e irrelevantes. Cualquier reclamo que uno quisiera hacer en nombre de la libertad, la justicia, o la igualdad puede ser inmediatamente neutralizada si se lo confronta con argumentos como: ‘Bien, pero esa no es la manera para hacer funcionar un ferrocarril’ (o una laminadora de acero, o una aerolínea, o un sistema de comunicación, y así por el estilo)…”

¿Hasta dónde la dignidad del ser humano está en juego en este diabólico juego en el que las reglas están establecidas de antemano y se han tornado inamovibles? ¿Hasta qué punto nuestras sociedades han sucumbido al deslumbramiento de la tecnología, se han dejado llevar por un determinismo científico y han permitido que sus vidas sean decididas en nombre de la cambiante tecnología? Y, al mismo tiempo ¿hasta qué punto la tecnología ha sido una valiosa excusa para consumar el dominio y ejercer el poder sobre la gran mayoría?

Por un lado, la tecnología se democratiza, posibilita el acceso a la comunicación a millones, provee la creación de un sinnúmero de redes solidarias, permite compartir la información a grupos de base de las más remotas partes del mundo permitiendo que la voz de muchos pueda ser oída. Pero, por otro lado, el acceso a la tecnología está inserto en la creciente brecha entre ricos y pobres.

La expansión de este sistema económico tiene efectos directos en el desarrollo de la democracia y en la naturaleza de la comunicación que en ella se ejerce. En consecuencia, el respeto por la dignidad de las personas se ve crecientemente afectado.

Es cada vez mayor el número de decisiones que unos pocos toman en nombre de todos, bajo la aparente participación de la gente. Las elecciones, por ejemplo, se están convirtiendo cada vez más en un proceso mediático. Los candidatos venden su imagen y hay “especialistas” que organizan la promoción y la venta de esa imagen en cualquier parte del mundo. El mundo asiste a la proliferación de puestas en escena colmadas de mentiras con las que los candidatos buscan conquistar a su audiencia. Nada está ausente, ni el peinado, ni la ropa, ni la sonrisa medida o la promesa esperada.

Los medios comerciales de comunicación están provocando, al menos, tres efectos principales. En primer lugar, tienden a reforzar la despolitización de la gente. Como alguna vez lo indicó G. Gerbner, los conglomerados de medios “no tienen nada para decir, pero mucho para vender”. En segundo lugar, tienden a desmoralizar a la población convenciéndola de que es vana toda esperanza de cambio y que sólo resta aceptar la realidad tal cual es. El tercer efecto es la producción de realidades paradójicas. Por un lado, se verifica un mayor y creciente acceso a la recepción de medios y, al mismo tiempo, los medios están cada vez en menos manos.

El papel que juegan las corporaciones globales aumenta en todas las esferas de la vida, mientras que el papel de los estados nacionales es cada vez más irrelevante. Se exalta la importancia de la libertad de expresión en la vida de la sociedad –aunque con variadas interpretaciones sobre su significado– simultáneamente, se acentúan el control y la censura.

Aquí debemos señalar que el papel del Estado ya sea deteniendo, propulsando o dirigiendo la innovación tecnológica es un factor decisivo en todo esto. Por eso, en buena medida, la tecnología expresa la capacidad de una sociedad para propulsar hasta el dominio tecnológico mediante las instituciones de la sociedad, incluido el Estado. Es importante entender que la revolución tecnológica fue una herramienta esencial en el capitalismo global Es importante recordar que la revolución tecnológica fue una herramienta esencial para la reestructuración global del capitalismo.

El mundo tecnológico está inmerso en las profundas aguas de un complejo mar de fuerzas económicas, políticas y sociales que determinan muchas de las corrientes que arrastran su evolución y que afectan las posibilidades del desarrollo de la vida humana y su dignidad. Por ese motivo, es imposible aislar el significado de la tecnología del contexto en que se desarrolla. Por el contrario, hay una cierta retroalimentación entre los procesos económicos, políticos y sociales y el desarrollo de ciertas áreas de la tecnología.

Dada la complejidad del mundo tecnológico, es conveniente comenzar por establecer un encuadre que permitirá poner en evidencia los paradójicos desafíos que se ciernen sobre el futuro de la humanidad y la preservación de la dignidad de las personas. Recordaba A. Piscitelli que:

“La historia del impacto social de la tecnología muestra la conexión existente entre un tipo determinado de tecnología y una forma específica de sociedad. Ni toda tecnología sirve a cualquier sociedad, ni toda sociedad puede absorber cualquier tipo de tecnología. En tanto el factor tecnológico es la variable instrumental, y dado que las máquinas son incapaces, aún, de dictar los ideales sociales, cabe exclusivamente al cuerpo social determinar los modelos de convivencia que se desean alcanzar.” 

 

Carlos A. Valle es teólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor de la Iglesia Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986. Presidente de Interfilm, 1981-85. Secretario General de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros Comunicación es evento (1988); Comunicación: modelo para armar (1990), Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización (2002).

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