Medios y despolitización
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Medios y despolitización


Photo: Kraftwerk/Shutterstock


El vertiginoso y deslumbrante desarrollo de la tecnología se encuentra enmarcado por la creciente economía trasnacional, la progresiva concentración de la propiedad de los medios de comunicación en pocas manos, la mayor dependencia en el campo de la información y el conocimiento, y un incesante afianzamiento de este poder.

l usufructo de tal situación está en las manos de un puñado de países, mientras el acoso que
la pobreza y la deuda externa imponen a muchos otros, abortan el desarrollo de una vida digna para la inmensa mayoría de los seres humanos. Ésta y muchas otras realidades golpean el corazón de nuestros pueblos. ¿Qué es necesario hacer para que el progreso tecnológico sea una herramienta al servicio del desarrollo de los pueblos? ¿Cómo podrán las mayorías enmudecidas y sumergidas ejercer su derecho a la vida y a su propio desarrollo?

La expansión de este sistema económico tiene efectos directos en el desarrollo de la democracia y en la naturaleza de la comunicación que en ella se ejerce. Por un lado, la tecnología se democratiza, posibilita el acceso a la comunicación a millones, provee la creación de un sinnúmero de redes solidarias, permite compartir la información entre grupos de base de las más remotas partes del mundo permitiendo que la voz de muchos pueda ser oída.

Pero, por otro lado, el acceso a la tecnología está inserto en la creciente brecha entre ricos y pobres. Como dice J.L. Cebrián en su libro La Red: “Las diferencias entre los distintos estamentos sociales se verán agigantadas por esta nueva frontera existente entre los ciudadanos enchufados y los desenchufados. Los elementos igualitarios de Internet son aplicables sólo a los primeros y aumentarán, paradójicamente, las desigualdades respecto al resto.”

En consecuencia, el respeto por la dignidad de las personas se ve crecientemente afectado. Es cada vez mayor el número de decisiones que unos pocos toman en nombre de todos, bajo la aparente participación de la gente.

Las elecciones, por ejemplo, se están convirtiendo cada vez más en un proceso mediático. Los candidatos venden su imagen y hay “especialistas” que organizan la promoción y la venta de esa imagen en cualquier parte del mundo. El mundo asiste a la proliferación de puestas en escena colmadas de mentiras con las que los candidatos buscan conquistar a su audiencia. Nada está ausente, ni el peinado, ni la ropa, ni la sonrisa medida o la promesa esperada.

Los medios comerciales de comunicación están provocando, al menos, tres efectos principales. En primer lugar, tienden a reforzar la despolitización de la gente. Como alguna vez lo indicó G. Gerbner – uno de pioneros en el campo de la investigación en comunicación – los conglomerados de medios “no tienen nada para decir, pero mucho para vender”. En segundo lugar, tienden a desmoralizar a la población convenciéndola de que es vana toda esperanza de cambio y que sólo resta aceptar la realidad tal cual la interpretan.

El tercer efecto es la producción de realidades paradójicas. Por un lado, se verifica un mayor y creciente acceso a la recepción de medios y, al mismo tiempo, los medios están cada vez en menos manos. La influencia que ejercen las corporaciones globales se extiende a todas las esferas de la vida, mientras que se procura que el papel de los estados nacionales sea cada vez más irrelevante. Son los grandes medios los que exaltan la importancia de la libertad de expresión en la vida de la sociedad, especialmente porque son ellos los que poseen los mayores centros de información. La libertad de expresión se ha ido convirtiendo en la libertad comercial para conducirla.

Centralización y manipulación

Marshall McLuhan, el recordado teórico de la comunicación, estaba convencido de que los medios de comunicación habían convertido al mundo en una aldea global. La aldea es el lugar de las relaciones cara a cara. Es el ámbito en el que se conoce el origen de la información, porque hay poca distancia entre el que emite la información y quien la recibe. La aldea es el lugar donde los problemas y las necesidades se pueden identificar con nombre y apellido.

Pero la trasnacionalización nos ha sumido en un ámbito caracterizado por la centralización y, por ello mismo, su tendencia a la manipulación antes que el diálogo al dejar el poder de la información en pocas manos, que ejercen su influencia y poder político, económico y social. Con este poder el mundo trasnacional puede interferir y dañar la cultura local e introducir su propia cultura, su definida ideología. Por eso más que de una aldea global debemos hablar de una aldea corporativa.

En el ya lejano – y para algunos olvidado – 1977, la UNESCO aprueba la creación de una comisión internacional, presidida por Seán MacBride, un ministro del gobierno de Irlanda y un prominente político internacional. El trabajo que llevaría a cabo esta Comisión – en la que se encontraba Juan Somavía y Gabriel García Márquez – buscaba dar respuesta a una serie de problemas en el campo de la información y la comunicación. En buena medida esos problemas todavía están sin resolver y, algunos, se han agudizado.

Damián Loretti y Luis Lozano, en su muy valioso libro El derecho a la comunicación, indica que “los primeros desarrollos teóricos y jurídicos en torno a la democratización de las comunicaciones se remontan a fines de los años setenta y resultan inseparables del hito que implicó la publicación en l980 del informe Un solo mundo, voces múltiples…” y que este proceso “tuvo lugar en simultáneo con múltiples acontecimientos que lo atravesaron de manera directa, entre ellos, cuestiones ligadas al contexto político global…”. Ese era el momento en que la revolución tecnológica experimentaba un gran impulso en los países desarrollados. No debe olvidarse que el Informe debía ser apoyado por las Naciones Unidas y fundamentalmente en la UNESCO.

El Informe Mc Bride proponía una fuerte participación en el acceso a las nuevas tecnologías y la plena libertad de todos a emitir cualquier tipo de información. Esta postura no fue bien recibida por los países desarrollados porque afectaba sus intereses económicos. Paralelamente EE.UU. desarrolló su propio programa en el que establecía enormes restricciones a la eliminación en todas las áreas de los desequilibrios mundiales de comunicación. Con fuertes acusaciones sobre amenazas a las libertades de las sociedades democráticas EE.UU. se retira de la UNESCO en l984.

Dado que era uno de los mayores contribuyentes a ese programa, su salida deteriora enormemente el funcionamiento de la institución y el Informe es prácticamente dejado de lado. En l989 la UNESCO vuelve a debatir el tema de los flujos de información y el papel de los medios de comunicación con los viejos principios que el Informe MacBride había intentado cuestionar y enmendar. Es valioso rescatar, al menos, cinco problemas básicos que planteaba el Informe.

Primero, la creciente dependencia de los países del Tercer Mundo de los países ricos   industrializados
en términos de tecnología, en su progresiva integración al dominio de las multinacionales cuyo interés básico es la ganancia. Esta situación trae como resultado un rápido deterioro de las culturas locales y la creación de valores que refuerzan la dependencia y la sumisión a los dictados de esa nueva cultura del consumo.

El segundo se refiere a la consideración de la información como una mercancía y no como un bien social. Juan Somavía entiende que hay que añadir otros dos conceptos básicos a tener en cuenta: que hay un proceso educativo que se lleva a cabo por los medios de comunicación, y que debe considerarse el derecho a la participación del perceptor en el proceso de la comunicación.

El tercero considera el acentuado desbalance entre  el  flujo  de  información  de  los variados medios de comunicación. La centralidad de la provisión de la información se traduce, muchas veces, en la falta de respeto por las culturas locales, el desconocimiento de las realidades que soportan esos países, un desprecio por lo local y una marcada arrogancia por parte de quien es el dueño del medio.

El cuarto destaca la concentración de poder en las manos de las grandes potencias a partir de la información que poseen gracias a las nuevas tecnologías. Eso les permite tener acceso a un enorme banco de datos, la mayoría de los cuales son manejados por las empresas multinacionales para su propio beneficio.

El quinto, quizás el que produce mayor irritación: la soberanía de los diferentes países frente a la intromisión extranjera a partir de la información y las comunicaciones.

Hay que recordar que, en la primera reunión de la Comisión, MacBride había planteado cuatro preguntas claves que Josep Gifreu resumió así: “¿Qué se entiende por una circulación libre y equilibrada de la información? ¿Qué significa ‘un nuevo orden mundial de la información’, y cuál es su interrelación con el ‘nuevo orden económico internacional’? ¿Cómo puede lograrse el ‘derecho a la comunicación’, con sus implicancias éticas y legales como una nueva línea de pensamiento y acción en el campo global de la  comunicación? ¿Cómo pueden garantizarse y protegerse la objetividad y la interdependencia de los medios?”

Los cinco problemas básicos contemplados en las preguntas de MacBride constituyeron y constituyen buena parte de los campos en los cuales hay que considerar el tema de la comunicación y la despolitización en un mundo que se debate entre la ilusión de la aldea global y la creciente realidad de la aldea trasnacional.

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