El elogio de la diferencia
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El elogio de la diferencia

 
Photo: Sangoiri/Shutterstock 


La pedagogía se ocupa de los seres humanos, de cada uno de ellos. No caben en su discurso las lejanías, tampoco los torrentes de despersonalización a que nos tienen habituados algunos paradigmas con pretensión científica. Quienes nos asumimos de por vida como educadores nos movemos en una comunicación con los otros y con nosotros mismos. No se expresan a través de nosotros palabras de determinada disciplina, como si un lenguaje ajeno nos habitara.

Llamamos discurso de lejanías a aquél que se articula como si no hubiera interlocutores, como si no se hablara con nadie, como si lo dicho se pudiera resolver sin referencias a vidas y experiencias. La pedagogía reflexiona y busca comprender el aprendizaje en el infinito océano de las vidas y las experiencias; en la deriva de cada existencia, como bien lo plantea Humberto Maturana,1 científico chileno a quien mucho debemos en la reflexión sobre la condición humana:

“… dado que el derrotero del desplazamiento de un sistema viviente en el medio es generado a cada momento como resultado de sus interacciones con el medio en tanto entidad independiente mientras que su organización y adaptación se conservan, el desplazamiento de un sistema viviente en un medio mientras realiza su nicho tiene lugar en forma de ir a la deriva. Los sistema vivientes existen en una continua deriva (deriva ontogenética) estructural y posicional mientras estén vivos en razón de su propia constitución.”2

Entendemos por “deriva del aprendizaje” los cambios de curso de este último, las nuevas direcciones que toma o puede tomar, las variaciones procidas en su derrotero merced a las circunstancias, dentro de la deriva de una existencia humana en determinado nicho social, como resultado de las interacciones con el medio en que se existe.

Remarcamos aquí el sentido de cambio de rumbo, de ir por momentos, y muchos, movido por las circunstancias, de conservarse en y adaptarse a determinado nicho social. Nadie puede hoy aspirar a una línea recta de aprendizaje a lo largo de su existencia; nadie puede predecir qué aprendizajes sobrevendrán y cuáles quedarán fuera de esa deriva. El estallido de los límites de las disciplinas, el vértigo de la transformación de los ámbitos de aprendizaje, las presiones económicas y políticas en contra de la cultura y de la educación, que no cesan de aparecer, cambian una y otra vez el escenario.

En el horizonte de esa constante deriva es terrible desde el punto de vista pedagógico despersonalizar el discurso, no hablar con alguien, para alguien, desde alguien, no traer a escena otras voces para alimentar el diálogo.

La personalización (nos lo ha enseñado durante siglos la creación literaria) tiene múltiples caminos: puedo hablar con alguien, puedo hablar de alguien, puedo hablar de mí y desde mí, puedo recuperar voces que nos llegan desde otros tiempos y espacios.
La pedagogía se construye en interlocución; en el intercambio, el juego, el encuentro, el concierto de voces. Nada más carente de sentido que un educador dueño de un discurso diseñado para un interlocutor ausente; nada más vacío.

Dan vida al discurso pedagógico los seres humanos que lo habitan, sin sus voces, vidas, experiencias, poco puede aportarse a la promoción y el acompañamiento del aprendizaje. La pedagogía es una rama del saber empecinada en los contextos, que no sólo de textos se construyen alternativas para la educación.

El primer texto de un ser humano es su contexto, así fue siempre. Y en el contexto están los otros, no los conceptos flotando en el aire, ni las categorías, ni leyes de determinada ciencia, ni las disciplinas. Quienes vienen a nosotros los educadores a aprender, lo hacen con una historia y con una cadena de relaciones imposible de dejar de lado. No recibimos en las aulas siempre las mismas generaciones, los mismos rostros, las mismas historias. Cuando no se trabaja desde la diferencia, desde la aventura de la construcción de cada ser, poco y nada se puede hacer a favor de la promoción y el acompañamiento del aprendizaje.

El discurso de lejanías se funda en la despersonalización, en el desconocimiento de vidas y culturas, en las generalizaciones. Desde él hablan las burocracias, cuando nos dicen la educación desde cifras, desde la “mortalidad” estudiantil para referirse a la deserción, desde evaluaciones que cada vez dejan más de lado a los seres humanos. Allá ellas, a nosotros nos cabe la tarea de promover y acompañar y eso no se practica desde las alturas de cifras incapaces de mostrar un solo aliento de vida.

Cuando se ignora la diferencia quedan abiertos los anchos caminos de la indiferencia. No estamos, nunca, en el trabajo educativo, ante seres indiferenciados con todo el juego de esta palabra en relación con la negación de lo diferente y la actitud de indiferencia. Distinguir, reconocer lo diverso, lo distinto. Apelamos a la poesía para ilustrar esa mirada y esa práctica, lo haremos una y otra vez a lo largo del libro, en especial a través de la preciosa obra de Pedro Salinas.

¡Pasmo de lo distinto!
¡Ojos azules, nunca igual a ojos azules!
La luz del día este
no es aquella de ayer, ni alumbrará mañana. En infinitos árboles del mundo, cada hoja
vence al follaje anónimo, por un imperceptible modo de no ser otra.
Las olas,
unánimes en playas, hermanas, se parecen en el color del pelo, en el mirar azul,
o gris, sí. Pero todas tienen letra distinta cuando cuentan sus breves amores en la arena.

¡Qué gozo, que no sean nunca iguales las cosas. que son las mismas! ¡Toda, toda la vida es única!
Y aunque no las acusen cristales ni balanzas, diferencias minúsculas aseguran a un ala
de mariposa, a un grano de arena, la alegría inmensa de ser otras.3

Llevadas esas preciosas imágenes al inmenso territorio de los seres humanos, lo distinto se acrece sin márgenes, educamos en océanos de diferencias, de modos de ser y de sentir, de contextos, de historias, de vivencias, de alegrías y dolores.
Recuperemos la referencia a la alegría inmensa de ser otra, de ser otro. No hay pedagogía posible sin el radical reconocimiento de las diferencias. 

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El “Elogio de la diferencia” ha sido tomado del libro de Daniel Prieto Castillo Elogio de la pedagogía universitaria. 20 años del posgrado de la Especialización en Docencia. Se trata de una obra que recupera la experiencia de dos décadas del Posgrado de Especialización en Docencia Universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina, 1995-2015, dirigido por el autor.

Hablamos de una propuesta de pedagogía universitaria basada en el trabajo de los educadores sobre sus propias prácticas para profundizar en su tarea de promoción y acompañamiento del aprendizaje en distintas disciplinas de la educación superior.
El texto está organizado en dos itinerarios: uno informativo dirigido a recuperar los grandes momentos del desarrollo del Posgrado y otro a través de lo que se denomina “elogios”. Por un lado se ofrecen datos y por el otro se plantean cuestiones pedagógicas fundamentales: “elogio de diferencia”, “elogio del tiempo del educador”, “elogio de la dignidad”…

La base es la mediación pedagógica, línea de reflexión y de acción educativa propuesta por Prieto Castillo y Francisco Gutiérrez Pérez a comienzos de la década del 90, orientada al aprendizaje adulto de profesionales universitarios, en un diálogo con sus formas de relación y de trabajo a través de distintas disciplinas y con un llamado constante a desarrollar la producción intelectual.
Desde esa manera de concebir la educación, la clave de un proceso educativo pasa por la posibilidad de que también los educadores aprendan a valorar sus prácticas y a construir alternativas para apoyar a sus estudiantes.

El elogio de la diferencia significa el reconocimiento de las historias personales en el marco de la labor educativa, desde la diferencia se aprende y se enseña. El texto completo está a disposición de los lectores en la página web del autor:  www.prietocastillo.com

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Notas
1. Sigo para este tema La realidad: ¿objetiva o construida? Fundamentos biológicos del conocimiento, por Humberto Maturana R. México, Ed. Anthropos, 1996, segundo volumen,
p. 124 y sig.
2. Maturana, op. cit., p. 125.
3. Salinas, Pedro. Razón de amor, 1936.

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